martes, 7 de diciembre de 2010

Los coristas


Siempre trato de cuestionarme sobre las películas que veo, los libros que leo, los lugares visitados con el fin de crear un espacio íntimo entre mi reflexión personal y lo que acontece, la película de los coristas no es la excepción. 

En ese sentido, una vez más persigo las respuestas (porque no creo que haya una sola) a la pregunta sobre el papel de la educación en la sociedad, o en todo caso en ciertos grupos sociales, como un puñado de aprendices de canción. Es función de las instituciones educativas el generar una educación controladora de sentimientos, emociones y conductas infantiles; o  es menester de éstas, crear ambientes de participación propositiva donde los niños encuentren la manera de sobrellevar sus problemas personales y dirigir su conducta hacia espacios creativos de imaginación: cantar, bailar, pintar, recitar poesía, etc., aquello que le pertenece al ser humano en su más profundo intersticio. Así, Clément Mathieu, genera esa posibilidad de sentir el cambio, no sólo en el juego normativo, sino en la condición humana. En mi punto de vista, Clément quiere, de ser posible, averiguar el sortilegio que conduce el hilo de la canción a través de los pequeños destellos del interior de cada niño, convirtiéndolo, quizá, en un rasgo de su propia identidad.

Con esto me acerco aún más a la respuesta que busco. Se aprende, se divierte y perdonen la redundancia, pues no creo que haya cosa más divertida que aprender, y los coristas lo muestran cual es: la hermosa y tristemente extraña comunión que ha prevalecido en sus encuentros furtivos, esa especie de abrigo que ocurre cuando muchas personas están juntas por una misma causa, por amor a una idea.

MAU

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